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Este 31 de mayo se conmemora el Día Mundial sin Tabaco, fecha proclamada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el propósito de sensibilizar a la población sobre los efectos dañinos que tiene este hábito y por qué es imprescindible dejarlo.

Claudia Narváez, Directora de Carrera de Enfermería de Sede Viña del Mar, comenta que el consumo de tabaco puede tener consecuencias negativas en la salud de las personas a mediano y largo plazo, afectando a múltiples partes del organismo.

La académica detalla que, desde el punto de vista cardiovascular, el hábito de fumar causa daños al corazón y a los vasos sanguíneos, aumentando considerablemente el riesgo de presentar un infarto, una enfermedad coronaria o una cardiopatía. Asimismo, el cigarrillo es un importante factor de riesgo para desarrollar hipertensión arterial y/o una dislipidemia, pues disminuye los niveles de colesterol HDL (bueno) en la sangre.

En el ámbito cerebral, el tabaco es factor de riesgo para los accidentes cerebro vasculares y en conjunto con la dislipidemia, son los agentes que determinan la formación de la placa de ateroma que obstruye finalmente la circulación cerebral.

El sistema respiratorio también se ve afectado, disminuyendo la capacidad de intercambio de oxígeno y deteriorando las barreras protectoras fisiológicas del organismo, siendo más propensos a infecciones respiratorias, como la neumonía.

La piel es otro órgano afectado, ya que el tabaco acelera el envejecimiento celular y la piel se puede observar deshidratada, áspera, quebradiza y poco flexible.

Los riesgos de cáncer se duplican en una persona tabáquica versus en una que no fuma. Además, si un paciente será sometido a una cirugía, duplica el riesgo de complicaciones si consume tabaco de forma constante.

Por todo lo anterior, el consumo de tabaco es considerado como un importante problema de salud pública, no solo por su magnitud, sino también por las consecuencias sanitarias que conlleva y por sus elevados costos sociales”, expresa Claudia Narváez, quien destaca que el Ministerio de Salud cuenta con programa nacional de tratamiento del tabaquismo para Atención Primaria de Salud, nivel encargado de abordar a la población de riesgo.

La enfermera explica que este programa contempla una serie de acciones y asegura atención con profesionales de diferentes disciplinas, los que apoyan de forma integral a la persona que desee dejar de fumar. En primera instancia existe una pesquisa de la población de riesgo y una calificación de este en rangos bajo, moderado o alto y según el nivel, se brindan intervenciones mínimas o breves de carácter motivacional, tales como consejerías o charlas antitabaco en distintos contextos de atención.

También existe la derivación de la persona fumadora a un equipo de psicólogos, quienes acompañan y asesoran al usuario. La académica expone que en todos los Centros de Salud Familiar del país (CESFAM) existen las salas de Enfermedades Respiratorias del Adulto (ERA), las que tienen entre otros objetivos, implementar acciones de tratamiento, prevención y promoción de salud en usuarios con enfermedades respiratorias o con factores de riesgo para ellas, como es el caso del tabaquismo. En ellas, la población fumadora recibe consejerías individuales y familiares en temas atingentes al consumo del tabaco y sus consecuencias.

“Una persona que cesa el hábito tabáquico obtiene múltiples beneficios en su salud y en su vida diaria, entre ellos, mejora la capacidad respiratoria, disminuye el riesgo de infarto, mejora el aspecto de la piel, disminuye los riesgos de partos prematuros o nacimiento de bebés con bajo peso, entre otros, sin embargo, estos cambios no son inmediatos. Un exfumador tarda entre 1 a 12 meses en reducir la tos y la dificultad para respirar, 1 a 2 años en bajar el riesgo de infarto agudo de miocardio, 5 a 10 años en bajar el riesgo de accidente cerebro vascular y entre 10 a 20 años el de presentar cáncer a laringe, útero o páncreas”, explica Claudia Narváez.